ÁNGEL HARO

RETRATO DEL PADRE

Hay una mañana, hacia la mitad de la vida, en que, distraído, te enfrentas al espejo para afeitarte y, en un primer momento, un instante levísimo, lo ves a él. Hasta tienes que dominar el reflejo de girar la cabeza para constatar si está detrás de ti. Pero sabes que no. No es él; eres tú. Creías haber cumplido el dictado del doctor Freud y ahora lo ves encarnado en ti. No es que te parezcas o le traigas un aire. Es que está en ti. Y aceptas el destino. Has transitado la mitad de tu vida huyendo de él, compitiendo con él, desprendiéndote de las capas que te asemejan a él, luchando por un lugar propio, diferenciado, ajeno, y acabas de descubrir que el resto del tiempo andarás buscándolo, comprendiéndolo, reproduciéndolo. Lo tienes en ti, eres el eslabón imprescindible. Y lo retratas para retener su estampa, para resucitarlo, para restituir y reparar. Y no sabes, o sí lo sabes —claro que lo sabes— que estás haciendo un autorretrato.

                                                                                                                                          Ángel Montiel